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(Artículos) Cómo perdió Occidente el respeto al derecho internacional

Odd Karsten Tveit siempre fue un muchacho muy obsesivo. Cada vez que cubría una historia, siempre quería investigar más, estudiar más, escuchar otro relato de horror, un chiste más, un hecho histórico más. Todos cubrimos la historia de las guerras de Israel en el Líbano, en 1978, en 1982, en 1996, en 2006. Con el pasar de los años, cubrí la historia de los torturadores israelíes en la cárcel Khiam en el sur del Líbano, la masiva prisión en Ansar en 1982, los horrendos interrogatorios de prisioneros libaneses y palestinos. Sus detallados interrogatorios de víctimas de la tortura –colgados de sus brazos, electrocutados, en un caso aparentemente violado y en otro maltratado en un hospital israelí – tienen irresistible poder para convencer. No solo cubrió los eventos en el terreno en el sur del Líbano, también entrevistó veteranos israelíes en el propio Israel.


Informó constantemente en la televisión y la radio noruega; quería saber tanto sobre la cruel guerra de guerrilla israelí-Hizbulá que realmente se tomó el tiempo de servir en el batallón noruego en las Naciones Unidas en el sur del Líbano, llevando la boina azul. Fue una verdadera obsesión.

Es un relato terrible, historias que perturbaron a muchos de los mantenedores de la paz de la ONU, especialmente a doctores militares, a medida que aumentaba la evidencia de la brutalidad israelí contra prisioneros en el Líbano y dentro del propio Israel. Un oficial noruego incluso partió del Líbano vía Tel Aviv con un informe mecanografiado pegado a su pecho para que lo viera un ministro del gobierno noruego.

Prisioneros en Ansar fueron groseramente maltratados. Afuera de los muros de la prisión Khiam, visité a un puesto de supervisores de la verdad desarmados de la ONU quienes me contaron que podían escuchar de noche los gritos de hombres y mujeres torturados. Karsten hizo lo mismo. Interrogadores israelíes estaban presentes, dice Karsten. Israel negó la responsabilidad, diciendo que Khiam estaba bajo el control de su milicia libanesa local. La ONU no les creyó.

También hay historias de gran valor. Dos de los cuatro hombres que lograron escapar de Khiam fueron perseguidos durante la noche y solo llegaron a Beirut con la ayuda secreta de soldados de la ONU. Habían sido inspirados por escapes aliados de los campos de prisioneros en la Segunda Guerra Mundial. “Los prisioneros de Stalag III habían logrado conseguir equipamiento sobornando a un guardia alemán”, escribe Karsten. “En Khiam, un intento semejante probablemente hubiera significado más tortura y confinamiento en la ‘jaula de pollos’, utilizada para un castigo extra-severo.”

Los prisioneros libaneses retenidos en Israel –ilegalmente según el derecho internacional– solo consiguieron que sus casos fueran escuchados gracias a un abogado israelí. Muchos fueron recluidos durante años sin proceso, como estaban en Khiam, desnudos durante los interrogatorios, sin que se permitieran visitas de la Cruz Roja Internacional, con heridas sin tratamiento durante días.

Y me pregunté, leyendo esa vergonzosa narrativa, por qué nos sorprendimos tanto cuando descubrimos que los militares estadounidenses estaban torturando y matando prisioneros en Iraq y Afganistán. Karsten dice en un punto que soldados israelíes en la zona de ocupación en el sur del Líbano –los israelíes la llamaban una ‘zona de seguridad’, una descripción repetida cobardemente por muchos periódicos– eran nacionales israelíes-estadounidenses. ¿Sirvieron también algunos de ellos en el ejército estadounidense en Iraq?

El campo de prisión masiva en Ansar suena como una versión sofocante de Guantánamo. Y cuando EE.UU. vetó repetidamente resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU condenando el tratamiento dado por Israel a civiles libaneses, me pregunté si de alguna manera fue el momento en el cual los gobiernos estadounidenses perdieron su respeto por el derecho internacional – como lo mostraron en su tratamiento de prisioneros en Iraq y Afganistán (o en la propia invasión iraquí).

Hay detalles dolorosos del tormento de rehenes occidentales en el Líbano y los despiadados juicios de delatores por Hizbulá. No hay muchos tipos buenos en los informes de Karsten. A fin de cuentas, resultó que los prisioneros de los israelíes también eran rehenes –los israelíes los llamaban “cartas de cambio”, otra frase utilizada libremente por la prensa– y fueron liberados para lograr la liberación de prisioneros israelíes o sus cuerpos.

Khiam dejó de existir hace tiempo. La guerra en el Líbano está ahora superada con mucho por el baño de sangre en Siria. El trabajo de Karsten es un recuerdo de que la crueldad no tiene fronteras geográficas. ¿Cuánto más hay que aprender sobre los horrores del Líbano? ¿O Afganistán? ¿O Iraq? ¿O Siria?

Los parecidos con Irlanda no son tan claros

Veo que Mustafá Barguti, el líder de la Iniciativa Nacional Palestina –que no tiene tratos con Hamás ni son la Autoridad Palestina– ha hablado en Dublín sobre los parecidos de la historia irlandesa y palestina. “Encuentro gran similitud entre la lucha del pueblo irlandés y la lucha palestina por la independencia y la libertad”, dice. Merece una respuesta: ¡um!

Al visitar la cárcel Kilmainham, dijo al Irish Times que se propone leer más sobre Robert Emmett, ejecutado por una desesperada sublevación en 1803. “También fuimos colonizados por el sistema colonial británico”, dijo Barguti. “Mi abuelo y mi tío fueron encarcelados en prisiones semejantes”. Ahora, dice, el gobierno Netanyahu está “arrollando la solución de dos Estados y la posibilidad de un Estado palestino”.

Barguti busca la ayuda política de Irlanda, y afirma que sin “solidaridad internacional” para una solución pacífica, los palestinos no tendrán un Estado. Pero no estoy seguro de que Barguti haya elegido el período correcto de la historia irlandesa. Hubiera pensado que el desposeimiento del asentamiento católico y protestante en la Empalizada (the Pale) tuvo un parecido más probable en la expansión colonial de Netanyahu. Librarse de las Leyes Penales no constituía una gran perspectiva en la época. Los católicos no podían siquiera comprar tierras. Y la “solidaridad internacional” con los irlandeses no servía para gran cosa en aquel entonces. 

Fuente: rebelion.org

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