El Profeta Muhammad, (la paz y las bendiciones de Dios sean con él), fue
descrito como una “Misericordia para todas las criaturas”, cuando Dios dijo en
el Corán:
“Y no te enviamos [¡Oh, Muhammad!] sino
como misericordia para los mundos.” (Corán 21:107)
Los destinatarios de esta misericordia, no fueron sólo miembros de la
nación musulmana; sino que también esta misericordia se extendió a los
no-musulmanes, algunos de los cuales habían utilizado todo su esfuerzo para
intentar dañar al Profeta y desbaratar su misión. Esta misericordia y compasión está claramente
evidenciada en el hecho de que el Profeta (la paz y las bendiciones de Dios
sean con él) nunca se vengó de nadie por razones personales, y siempre perdonó
incluso a sus más acérrimos enemigos. Aisha dijo que el Profeta nunca se
vengó de nadie buscando su propio beneficio. Ella también dijo que él
nunca respondió el mal con el mal, sino que perdonaba y disculpaba. Esto
puede ser comprobado y confirmado mediante el análisis profundo de algunos
acontecimientos de su vida, como los que veremos a continuación:
En la primera época de su misión, el Profeta viajó a la ciudad de Taif,
una ciudad que se localiza en las montañas cercanas a La Meca, para
invitar a sus pobladores a aceptar el Islam. Los líderes de Taif, sin
embargo, fueron rudos y descorteses en su trato con el Profeta. No
estando satisfechos con su actitud insolente hacia él, ellos incitaron a
algunas personas del pueblo para atormentarlo. Estas turbas siguieron al
Profeta gritando, diciéndole obscenidades y tirando piedras contra él, hasta
que se vio obligado a tomar refugio en un huerto. El Profeta tuvo que
soportar obstáculos en Taif aún más grandes que los que había tenido que
enfrentar en La Meca. Estos rufianes se ocultaron a los lados del camino,
y le tiraron piedras hasta que sus pies comenzaron a sangrar. Estos
incidentes desalentaron seriamente al Profeta y lo sumergieron en un estado de
depresión tal que una plagaria, citando su impotencia y su condición lastimosa
y buscando la ayuda de Dios, salió espontáneamente de sus labios:
“¡Oh Dios! Ante
Ti me quejo de mi debilidad, de mi desamparo e insignificancia ante la
gente. Tú eres el Más Misericordioso de los Misericordiosos. Tu
eres el Señor de los destituidos y débiles, ¡Oh mi Señor! ¿En manos de
quién me abandonas? ¿En las manos de un forastero que se burla de mi? o
¿En las de los enemigos que tienen control sobre mis asuntos? Si Tu ira
no recae en mi, entonces nada me preocupa. Tu perdón es amplio y suficiente
para mí. Me refugio en la luz de Tu Rostro, que ilumina la oscuridad, que
regula los asuntos de esta vida y de la otra. Espero nunca caer en Tu
ira. Sólo necesito Tu complacencia y satisfacción, pues sólo por Ti hago
el bien y me aparto del mal. No hay poder ni fuerza sino en Ti”
Entonces, el Señor envió el ángel de las montañas, quien pidió permiso
al Profeta para unir las dos colinas entre las que estaba edificada Taif y
aplastar la ciudad con sus pobladores. Movido por su gran compasión y
misericordia, el Mensajero de Dios contestó:
“¡No! Porque
espero que Dios haga surgir de sus descendientes personas que adoren sólo a
Dios, sin asociarle nada.” (Sahih Muslim)
Tanta era la misericordia del Profeta, que Dios mismo lo reprendió por
esto en más de una ocasión. Uno de los más grandes opositores del Islam y
un enemigo personal, era Abdullah bin Ubayy, el líder de los hipócritas de
Medina. Quien fingió haber aceptado el Islam, proclamando y jurando en
falso, e infligió un gran daño a los musulmanes y a la misión del
Profeta. Sabiendo su verdadera naturaleza, el Profeta Muhammad ofició la
oración fúnebre por él y oró a Dios por su perdón. El Corán menciona este
hecho en las siguientes palabras:
“No ores [¡Oh, Muhammad!] por ninguno
de ellos que muriere, ni te detengas junto a su tumba [para rogar por él],
porque no creyeron en Allah y Su Mensajero, y murieron en el desvío.” (Corán
9:84)
Abdullah bin Ubayy trabajó
toda su vida contra Muhammad y contra el Islam, y realizó toda clase de ardides
para hacerlo caer en el descrédito e intentar fracasar su misión. Él
retiró a un tercio del ejercitó del Profeta en la batalla de Uhud, y casi logra
destruir a los musulmanes. Él se implicó en las intrigas y actos de
hostilidad contra el Profeta del Islam y contra los musulmanes. Fue él
quien intentó avergonzar al Profeta incitando a sus aliados para acusar a
Aisha, la esposa del Profeta, falsamente de adulterio, para desacreditarlo
junto con su mensaje.
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